Dossier: La Argentina hace un siglo. Política, Economía, Sociedad e Historia (1916-1930)

Comentario a la ponencia del Dr. Martín Castro - Panel "Las presidencias radicales"

María Sáenz Quesada
Academia Nacional de la Historia, Argentina

Investigaciones y Ensayos

Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, Argentina

ISSN: 2545-7055

ISSN-e: 0539-242X

Periodicidad: Semestral

vol. 76, 2023

publicaciones@anhistoria.org.ar

Recepción: 01 Diciembre 2023

Aprobación: 15 Diciembre 2023



DOI: https://doi.org/10.51438/25457055IyE76e011

Martín Castro nos ha hablado de las dificultades de los gobiernos radicales para aceptar la “herencia institucional del antiguo régimen”, y de sus antecedentes en la Revolución del Parque, cuyos argumentos de carácter moral con respecto a los grupos minoritarios gobernantes, a los que se aplicó el término oligarquía, fueron utilizados con ciertos matices para descalificar a los gobiernos del Partido Autonomista Nacional, condenar “las situaciones provinciales”, reclamar la reforma política, legitimar el liderazgo de Hipólito Yrigoyen o justificar la intervención de provincias opositoras. Se utilizó asimismo el término oligarquía para disciplinar a las propias huestes de la Unión Cívica Radical o para descalificar a los círculos universitarios dominantes.

En síntesis, esta ponencia proporciona materiales que permiten comprender mejor el comportamiento de los radicales como gobierno y oposición, no solo en los años 20, sino hasta el presente, así como todo lo referente a las “castas familiares” en las provincias, que subsisten bajo uno u otro signo político, hasta nuestros días.

Una “edad de oro”

Más allá de la política, dedicaré mi comentario de hoy a destacar otros aspectos de la sociedad argentina en los años 20. Tengo presente que hace exactamente un siglo, Jorge Luis Borges publicó Fervor de Buenos Aires, libro que inicia la serie de sus Obras Completas, seguido por Inquisiciones (1925), Luna de enfrente (1925), El tamaño mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928). Estos libros del mayor escritor en lengua española del siglo XX, y muchas otras creaciones en el campo de la cultura, justifican que los expertos se refieran a esta época, como “una edad de oro”. Así lo expresa Sergio Baur (2010), curador de la muestra dedicada a la revista Martín Fierro en el Museo Nacional de Bellas Artes.

La sociedad de los años 20 ya no era la misma que la del Primer Centenario (1910); había incorporado el voto secreto, universal masculino y obligatorio, recuperado el crecimiento económico después de la Primera Guerra Mundial en la que mantuvo una estricta neutralidad y recibía de nuevo la afluencia de inmigración extranjera. Entre tanto se consolidó una sociedad más educada, alfabetizada, formada en el ideal del patriotismo y del orgullo nacional y que daba lugar a las iniciativas culturales de las que hablaré hoy.

Pero antes me voy a referir a algunos testimonios que contribuyen a retratar a los argentinos de los años 20, escritos por diplomáticos, intelectuales, artistas, científicos e ingenieros. Algunos de ellos visitaron la Argentina de paso, y limitaron sus observaciones a quienes los invitaban y agasajaban; otros, que recorrieron el territorio, investigaron o trabajaron en proyectos de mediano y largo alcance, dejaron testimonios y estudios que ofrecen miradas originales y sustanciosas.

¿Cómo nos vieron? ¿Qué rasgos llamaron su atención? ¿Cómo juzgaron el país del presente? ¿Acertaron con respecto al futuro? ¿Se interesaron por el funcionamiento de las instituciones políticas, de la economía, la cultura o la educación?

La República Argentina, tal vez por su falta de originalidad autóctona, ¿era acaso “el país más original de América del Sur”? A ese respecto el comentario del escritor colombiano Vargas Vila, que visitó el país en 1923, fue lapidario:

La carencia absoluta de originalidad es la distintiva de Buenos Aires, en todo, desde sus escritores hasta sus escultores, de sus pintores, hasta de sus arquitectos y de sus revolucionarios, hasta sus limpiabotas…nada original, nada nuevo, nada suyo, todo importado, todo transportado, todo imitado (…) esta urbe [Buenos Aires], situada entre dos desiertos, el de las aguas y el de las pampas, entregó el suelo de la patria, conquistado por el oro extranjero, por pereza, pasividad, laissez faire… Solo el suelo es argentino, los habitantes son gallegos, italianos, alemanes (Vargas Vila, 1984, p. 36).

Una crítica similar se observa en el conde Hermann de Keyserling. Invitado a dar conferencias por Victoria Ocampo en Buenos Aires, en 1929, y dedicó un capítulo de su libroMeditaciones Sudamericanas a la Argentina. En estas páginas, el filósofo nacido en los países bálticos define al sudamericano como “hombre telúrico”, que vive en “el continente del tercer día de la Creación”; estima que “todo lo que da a la Argentina actual su verdadero carácter es importado sin una sola excepción”, y que incluso la pampa actual, su característica geográfico dominante, no existiría sin las hierbas europeas o el eucaliptus australiano. Del carácter de los habitantes destaca como rasgo esencial del hombre argentino “el mundo de la gana”, de la pasividad y de la autoindulgencia, que considera profundamente negativo (Comte Hermann de Keyserling , 1932).

En los años 1920, la potencia de la economía argentina provoca respeto y admiración en unos y envidias y recelos en otros. En su ponencia, Martín Castro se refiere a la crítica que desde los cívicos y cívicos radicales se hizo a la retórica del PAN, del progreso económico como clave del mejoramiento de las costumbres y la disminución de la violencia. Precisamente, en el país de los años 20, el progreso económico es lo que más llama la atención del extranjero, el clima de negocios diríamos hoy; el otro rasgo es la formación de una sociedad cosmopolita, cuya juventud es francamente patriota, hasta la exageración.

El tema aparece en la obra de Pierre Denis, el geógrafo y financista francés autor deLa valorización del país. La República Argentina. 1920, el trabajo mejor pensado e informado de los publicados sobre este periodo, por cuanto ve a la Argentina casi en la totalidad de su desarrollo desde los tiempos coloniales a la actualidad. Denis observó el extraordinario amor a la patria “que se confunde en todo argentino, con la admiración legitima que le inspira su riqueza, la rapidez de sus progresos, el lugar que ha llegado a ocupar al cabo de pocos años en el comercio mundial. El patriotismo argentino se abreva en las estadísticas y gráficos infinitamente repetidos”, observa. No obstante, el libro toma nota de las dificultades que ese progreso tendría para mantenerse e incrementarse en los tiempos venideros.

La serie de conferencias y artículos del filósofo español José Ortega y Gasset, reunidos bajo el titulo Meditación de pueblo joven, son reconocidos clásicos para el estudio de la mentalidad de los argentinos. En su primera visita al país, en 1916, Ortega se vinculó con los jóvenes intelectuales que lo consideraron un verdadero maestro y les dedicó varios artículos. En uno titulado “El deber de la joven generación argentina” (1924) demuestra estar al tanto de lo que se publica en la Argentina, incluidas revistas editadas por jóvenes de la Universidad de La Plata a quienes invita al diálogo intelectual, “a la manera socrática”. En “Carta a un joven estudiante argentino que estudia filosofía” (1925) lo felicita por preguntar y admitir que “hay cosas que ignora”, algo poco común, dice, entre los argentinos cultos.

En cuanto a los ensayos publicados luego de una segunda visita, en 1929, hay páginas en las que intenta definir el alma argentina. Bajo el título “La pampa, promesas”, analiza al hombre que “vive con los ojos puestos en el horizonte” y su consecuencia, “nadie está donde está sino por delante de sí mismo (…) cada cual vive desde sus ilusiones (…) Ese pueblo que tiene una alta idea de sí, quiere un destino peraltado (…) es un pueblo con vocación imperial”, concluye.

Estas frases, escritas en 1929, fueron propuestas como objetivo colectivo de un golpe militar que resultó en rotundo fracaso 37 años más tarde (junio de 1966) y constituyen una advertencia sobre las variadas lecturas que surgen de la letra escrita, verdadera botella al mar, en el océano de las vidas individuales y de la historia. Quien citaba a Ortega en las páginas de Primera Plana, periodista y profesor universitario de larga trayectoria, no tuvo en cuenta las severas advertencias de ese mismo artículo con respecto a la sociedad argentina, tales como la valoración excesiva del Estado; la debilidad del “hombre a la defensiva” y muy especialmente las consecuencias negativas “del feroz apetito individual de los miles de hombres que llegan a su costa atlántica, exentos de toda disciplina interior, y que se sienten en perpetuo riesgo de perder su posición, para sobrevivir, y que necesitan audacia” (Ortega y Gasset, 1981).

Por su parte, Adolfo Posada, sociólogo, jurista y educador español de destacada trayectoria, visitó el país en dos oportunidades, 1910 y 1926. Sus descripciones e interpretaciones van más allá de las observaciones superficiales de cierto tipo de viajeros o turistas. En el primer libro, titulado La República Argentina. Impresiones y comentarios, se ocupa de los problemas del país, y dedica amplio espacio a la escuela argentina en capítulos que nos hacen sentir la nostalgia del tiempo pasado; trata asimismo del régimen político, de los obreros, los partidos y la necesaria reforma social. En Pueblos y campos argentinos. Sensaciones y recuerdos, fruto del segundo viaje, Posada manifiesta su voluntad de ir más allá de la mentalidad porteña; quiere conocer el interior profundo que vive a un ritmo diferente del de Buenos Aires. A ese efecto, viaja en tren, inspirado en la lectura de libros de autores argentinos que conoce y admira: el Facundo, de Sarmiento, y La maestra normal, de Manuel Gálvez; en síntesis, uno sobre la vida bárbara de los tiempos de las guerras civiles; el otro acerca de la monotonía de la vida cotidiana en un capital de provincia (Shóo, 2008).

Amigos del Arte

La Asociación Amigos del Arte, es una de las iniciativas culturales más destacadas de esta época. Destaca el crítico de arte Ernesto Schóo, que fue fundada “durante el ilustrado y honesto gobierno de Marcelo Torcuato de Alvear (1924), por damas y caballeros de la alta sociedad”, y que la vicepresidencia honoraria la ocupó la primera dama, Regina Pacini, celebrada cantante lírica en su juventud.

Elena “Bebé” Sansinena de Elizalde, asumió la presidencia en 1927, año en que la entidad se trasladó a la galería Van Riel en la calle Florida y se inició la época más gloriosa. En efecto, logró administrarse con éxito comercial, tuvo una sede adecuada, y ofreció además de exposiciones y conferencias, espectáculos de teatro. El gobierno le otorgó un subsidio.

Amigos del Arte se propuso con éxito divulgar la creación de nuevos artistas plásticos. Butler, Basaldúa, Badi, Berni, Del Prete, Victorica, Spilimbergo, Norah Borges, Petorutti, Xul Solar y Pedro Figari, entre otros, expusieron en sus salones. Esa experiencia, en la que se formaron futuros críticos de arte, como Manuel Mujica Láinez, no se limitó a las artes plásticas. También introdujo a la vanguardia musical de Honegger, Milhaud, Satie y Juan Carlos Paz. Asimismo, ofrecía conferencias de Ortega y Gasset, Keyserling, Waldo Frank, Pedro Henríquez Ureña junto a “la magia” de Ramón Gómez de la Serna, uno de los autores españoles más queridos por el público argentino. Federico García Lorca fue invitado en 1933.

Patricia Artundo, curadora de la muestra que el Malba dedicó a Amigos del Arte en 2009, escribe: “Existía en los fundadores una idea de responsabilidad institucional desde un punto de vista social, un concepto amplio de cultura (…) se sabía qué es lo que se debía hacer para alcanzar un grado más elevado en su desarrollo”. Su objetivo explícito era fomentar la obra de los artistas y propender por todos los medios a su alcance a su bienestar material. A dicha idea corresponde la incorporación de los “Artistas del Pueblo”, cercanos al grupo literario de Boedo: entre otros, Agustín Riganelli, Guillermo Facio Hebecquer y Alfredo Guttero. Este último fue una de los más relevantes expositores, “el Jefe”, lo llamaba Bebé Sansinena (la institución cobraba un porcentaje mínimo por la venta de cuadros de artistas, y consta que Pettoruti vendió en 1926 sus acuarelas a buen precio)

¿Una elite extranjerizante? Lo cierto es que Amigos del Arte exhibió a los grabadores, dibujantes y acuarelistas del siglo XIX, artistas viajeros, como Mauricio Rugendas y pioneros de nuestra pintura, como Prilidiano Pueyrredón; asimismo, difundió la literatura argentina y la música popular (un recital de tangos en la voz de Azucena Maizani y Sofia Bozan se organizó en la semana en que estuvieron simultáneamente en Buenos Aires Waldo Frank y Keyserling).

No sólo aspiró a la excelencia, también “miró al porvenir”. Su fundación, dice Schóo, coincide con el momento en que la sociedad argentina empieza a asumir la modernidad tal como irradiaba terminada la Primera Guerra Mundial, desde París con su Exposición de Artes Decorativas de 1925: “No será fácil la transición en estas tierras del Plata; y esto redobla el elogio hacia quienes, desde la entraña misma de una sociedad conservadora, fuertemente anclada en la tradición hispano criolla, asumieron la tarea de abrir nuevas perspectivas culturales, sin abdicar de lo que esa tradición tenía de autenticidad” (Shóo, 2008).

Era además una iniciativa con preponderancia femenina, los varones, acompañaban. En efecto, rasgo distintivo de la actividad cultural de la época son las mujeres como organizadoras, espectadoras y artistas. Fue el caso del ensayo de teatro experimental, encomendado a María Rosa Oliver y a Luis Salasky. Rosita cuenta en sus memorias: “Escritores, pintores, profesionales, señoras de sociedad, de todo menos gente del oficio, formamos el grupo inicial decidido a dotar a Buenos Aires de un teatro experimental, esencialmente visual con actores aficionados, “Zarpar”, que fue muy elogiado, por el diario La Nación” (Oliver, 1969, p. 242).

Julio María Sanguinetti, en la biografía de Pedro Figari, afirma: “La Argentina de aquellos años revela una peculiaridad que no tiene antecedentes análogos en América latina: la clase social más alta, afincada en la fortuna rural, une a un espíritu económico progresista una particular vocación de grandeza política y afición por las artes” (Sanginetti, 2013, p. 186).

El Doctor Figari describe con acierto el clima cultural de Buenos Aires, entre 1921 y 1925, periodo en que el destacado hombre público uruguayo, instalado en un departamento de la calle Charcas, se inicia como artista, se introduce en el mundo de la cultura y recibe el espaldarazo de amigos y de galerías (Müller, Witcomb, Amigos del Arte). De a poco, público y coleccionistas aprenden a apreciar una forma de pintura que rescata a personajes humildes de la morenada rioplatense.

Al ver por primera vez los coloridos cuadros con escenas de negros, dijo Victoria Ocampo: “Fui lanzada así a un océano de imágenes en que flotaba yo sin esfuerzo, siempre a unas pocas brazadas de aquella dulzura en que viví al descubrir el mundo: tiempo perdido, tiempo vuelto a recobrar”, observa la anfitriona de tantos visitantes ilustras de aquellos años.

Invitado a la estancia La Porteña, por el ex intendente y coleccionista Manuel Güiraldez, el artista uruguayo encuentra inspiración para sus escenas camperas, “Pericón en la estancia”, óleo sobre madera se expuso en forma individual en 1925, junto a cuadro de patios con aljibe y gauchos guitarreando, de los tiempos de Juan Manuel de Rosas. La nota que le dedicó a la muestra de Figari la revista Martín Fierro fue acompañada de un verso de Borges, dedicado a Montevideo, de tono nostálgico: “Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente”.

Los martinfierristas

El verso de Borges lleva a recordar como marca registrada de nuestros años veinte en la Argentina a la revista Martín Fierro, publicada entre 1924 y 1927, en la que colaboró un brillante grupo de intelectuales: Jorge Luis Borges, Raúl Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal, Oliverio Girondo, Ernesto Palacio, Lascano Tegui, Xul Solar y Roberto Arlt, entre otros.

Fue Evar Méndez quien convocó a colaborar a escritores jóvenes que ni se conocían entre sí. Vale la pena remarcarlo: Méndez, jefe de publicaciones de la Casa de Gobierno, cercano al modernismo literario, resultó fundamental para el desarrollo de la vanguardia argentina, como responsable de vincular a estos jóvenes y de facilitarles la forma de darse a conocer a fin de promover la renovación poética (Baur, 2010, p.16).

Hubo una primera época de Martín Fierro, de corta duración, en la que colaboraron autores consagrados, entre otros Lugones, Amado Nervo y Alberto Gerchunoff. La segunda época, fue producto de la tenacidad de Méndez que evalúo meses antes la posibilidad de llevar a cabo el proyecto en la confitería Richmond de la calle Florida hasta que, en febrero de 1924, apareció el primer número, de carácter quincenal.

El “Manifiesto de Martín Fierro”, obra de Oliverio Girondo, inspirado en el manifiesto futurista de Marinetti, (1909) y en la poesía “Zone” de Guillaume Apollinaire dice: “Frente a la impermeabilidad hipopotámica del honorable público (…) Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático que momifica cuanto toca (…) Frente a la ridícula necesidad de fundamentar nuestro nacionalismo intelectual, hinchando valores falsos (…) Martín Fierro sabe que “todo es nuevo bajo el sol” si todo se mira con unas pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo. Martín Fierro se encuentra por eso más a gusto en un transatlántico moderno que en un Palacio renacentista y sostiene que un buen Hispano- Suiza es una obra de arte muchísimo más perfecta que una silla de manos de la época de Luis XIV.

“A partir de Martín Fierro todo se escribe y se pinta de otra manera en el país,” afirma Cayetano Córdova Iturburu. Pocos años antes, Marcel Duchamp había fracasado en su intento de realizar en Buenos Aires una exposición de artistas cubista, porque, según explicó en carta a un amigo, la gente ignora el movimiento de arte moderno y prefiere al artista español Zuloaga (Baur, 2010, p.16). Este no fue el caso de la artista Norah Borges, quien había estudiado dibujo en Suiza y recibido esta recomendación de su maestro: “No se dedique a imitar a un Zuloaga cualquiera”.

Jorge Luis y Norah Borges, vueltos al país luego de una larga residencia en Europa, habían colaborado en la publicación vanguardista española Grecia, en 1920, y eran amigos de los españoles Rafael Cansinos Assens y Guillermo de Torre y del uruguayo Rafael Barradas. Con ellos llegaba a la Argentina el ultraísmo, que conjugaba distintas vanguardias, futurismo, cubismo, expresionismo, dadaísmo, surrealismo, con aire hispanoamericano. Participaron de la breve aventura de Prisma, en 1921, la revista mural que se preciaba de “alegrar con arte las paredes” y que ni las paredes leyeron. Y después en Proa, de formato desplegable en tríptico, que publicó solo tres números. Colaboraban además de los hermanos Borges -Norah como ilustradora-, Macedonio Fernández, Norah Lange, González Lanuza, junto a Torre y otros autores españoles.

Un rasgo de época, no destacado entonces pero muy valorado tras la dolorosa experiencia de la Segunda Guerra Mundial y de sus prolegómenos, es la libertad de que gozaron en los años 20 las actividades culturales, diríase la alegría y el juego de la creación, la necesidad de los nuestros de vincularse con artistas y escritores de afuera y el intercambio constante de libros, revistas, artículos. Los epitafios burlescos de Martín Fierro, destinados a los autores consagrados, puestos en evidencia y hasta ridiculizados no empañaron la convivencia amistosa, que incluía a los autores de otras capillas literarias comprometidos con los problemas sociales.

De un lado “los de Florida”, vanguardistas “con una fuerte dosis de ultraísmo”; del otro, los de Boedo, donde estaba radicada la editorial Claridad, (Leónidas Barletta, Álvaro Yunque y Elías Castelnuovo) (citado por Sanguinetti, 2002, p. 202). Las divisiones implacables llegarían después del Congreso de los PEN Club realizado en Buenos Aires, en 1936, con la guerra civil española y el nazismo y con la antinomia peronismo/ antiperonismo.

Recordó Borges en diálogo con “Manucho” Mujica Láinez:

“El grupo de Florida fue una invención de Ernesto Palacio y Roberto Mariani. No hubo ni grupo de Florida ni grupo de Boedo. Eso se hizo porque se pensaba que convenía que en Buenos Aires hubiera vida literaria a la manera de París, que se congregaran en cenáculos. A mí me hablaron de los dos grupos y yo dije que prefería ser de Boedo, pero los organizadores me dijeron que ya me habían puesto en el de Florida. Total, no tenía importancia porque era una broma. Hubo escritores como Arlt y Olivari que pertenecían a los dos”.

Álvaro Yunque no compartió esa opinión: lo que diferenciaba a los jóvenes escritores de los dos bandos es lo que ha separado siempre a todos los escritores, dijo: los de Boedo querían transformar el Mundo, porque eran revolucionarios y los de Florida se conformaban con transformar la literatura.

Puede decirse que estos últimos lograron su objetivo. Esas palabras de Julio Sanguinetti, Los veinte poemas para ser leídos en el tranvía, de Oliverio Girondo, y la incipiente poesía de Borges en Fervor de Buenos Aires, traen “la libertad formal en el verso”.

Fueron estos años de plenitud de la literatura argentina. Sólo en 1926 se publicaron Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, Zogoibi de Enrique Larreta y El juguete rabioso de Roberto Arlt.

La literatura gauchesca tenía amplio público y autores consagrados, como Benito Lynch, un solitario ajeno a las capillas culturales propias de la época. Sus relatos realistas, impiadosos, tienen como personaje central al paisano gaucho en dura relación con el patrón, no menos gaucho y rústico, y como escenario la estancia vieja en proceso de transición al campo modernizado. Publicó en esos años Los caranchos de la Florida, El inglés de los güesos y El antojo de la Patrona. Algunas de sus obras más leídas fueron llevadas al cine.

El tema de las culturas americanas aparece en el ensayo Eurindia, de Ricardo Rojas (1924). Por entonces, tenía fuerte presencia en la vida cultural argentina dos personalidades eminentes el mexicano Alfonso Reyes, embajador de su país en Buenos Aires, y el dominicano Pedro Henríquez Ureña, profesor en la Universidad de La Plata.

Me gustaría concluir esta sintética evocación de una época privilegiada, en que las autoridades políticas se fundaban en el voto popular, las exportaciones agropecuarias colocaban al país en un sitio expectable en la economía mundial, y un optimismo generalizado inspiraba a estos jóvenes plenos de imaginación y dispuestos a la broma, volviendo a Borges.

Se trata de su segundo libro de ensayos, El tamaño de mi esperanza, publicado en 1926. Dice al respecto María Kodama:

A través del índice, el lector puede darse cuenta de que los temas tratados son los mismos que irá decantando y puliendo a lo largo de su vida creo que la fascinación de su libro de juventud se debe en gran parte a que nos permite comprobar de qué modo como el flujo y reflujo del mar están presentes siempre su apego a lo criollo, a la pampa, al suburbio, a Carriego y su cariño por la Banda Oriental, todo ello junto con su inquietud como crítico literario que abarca desde Fernán Silva Valdés a Wilde pasando por Milton y Góngora.

Impresiona el primer párrafo de esta obra casi olvidada, del escritor supuestamente extranjerizante:

A los criollos les quiero hablar a los hombres: que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: esos son los gringos de veras autorízelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país. Mi argumento de hoy es la patria: lo que hay en ella de presente, de pasado y de venidero. Y conste que lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza. ¡Bendita seas, esperanza memoria del futuro, olorcito de lo porvenir palote de Dios! (Borges, 2011, tomo 2, p. 13)

Referencias bibliográficas

Baur, Sergio (curador) (2010. El periódico Martín Fierro en las artes y en las letras 1924-1927. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.

Borges, Jorge Luis (2011). El tamaño de mi esperanza, en Obras Completas, Buenos Aires, Sudamericana.

Denis, Pierre (1987). La valorización del país. La República Argentina. 1920. Buenos Aires, Solar.

Keyserling, Comte Hermann de (1932). Méditations Sud-Américaines. Paris, Stock.

Oliver, María Rosa (1969). La vida cotidiana, Buenos Aires, Sudamericana.

Ortega y Gasset, José (1981). Meditación de pueblo joven y otros ensayos, Madrid, Alianza editorial.

Sanguinetti, Julio María (2013). El doctor Figari, Montevideo, Aguilar.

Shóo, Ernesto (2008). “Un Tesoro redescubierto”, en La Nación, 6-12-2008.

Vargas Vila, José María (1984). “Mi viaje a la Argentina”, en Susana Pereira. Viajeros del siglo XX y la realidad nacional, CEAL.

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