Artículos

El Museo Universal de Ciencias y Artes (1824-1826) o fragmentos de una utopía para el Río de la Plata

María Lía Munilla Lacasa
Universidad de San Andrés, Argentina

Investigaciones y Ensayos

Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, Argentina

ISSN: 2545-7055

ISSN-e: 0539-242X

Periodicidad: Semestral

vol. 73, 2022

publicaciones@anhistoria.org.ar

Recepción: 30 Agosto 2022

Aprobación: 12 Septiembre 2022



Resumen: El Museo Universal de Artes y Ciencias (1824-1826), fue uno de los principales periódicos ilustrados salidos de las prensas de la casa editorial de Rudolf Ackermann durante la década de 1820. Bajo la mirada del editor José Joaquín de Mora, circuló por nuestro continente, publicado en Londres, pero escrito en español, para el mercado americano. El propósito de este trabajo es analizar las características de esta publicación, poniendo énfasis en dos aspectos. Por un lado, el modo en el que se construye discursiva y visualmente una pretendida superioridad técnica y científica británica por sobre las otras naciones europeas, una construcción narrativa que tendría como objetivo fortalecer el monopolio comercial inglés en este lado del Atlántico. Por otro lado, el trabajo se propone analizar los diversos artículos que refieren al Río de la Plata, notablemente superiores en términos numéricos respecto de aquellos vinculados a otras regiones de América. El proyecto de fundación de colonias agrícolas en el territorio nacional, con la consiguiente creación de modelos sociales ideales y el sueño de rápidos retornos económicos para los inversionistas, ocupa nutridas páginas del periódico. Es objetivo de este trabajo develar esa compleja trama de relaciones que explica la aparición de este periódico.

Palabras clave: periódicos ilustrados, cultura visual, siglo XIX, historia argentina.

Abstract: The Museo Universal de Artes y Ciencias (1824-1826), was one of the main illustrated newspapers that came out of the presses of Rudolf Ackermann's publishing house during the 1820s. Under the gaze of the Spanish editor José Joaquín de Mora, circulated throughout our continent, published in London, but written in Spanish, for the American market. The purpose of this paper is to analyze the characteristics of this publication, emphasizing two aspects. On the one hand, the way in which an alleged British technical and scientific superiority over other European nations is constructed discursively and visually, a narrative construction that would have the objective of strengthening the English commercial monopoly on Latin America. On the other hand, the work aims to analyze the various articles that refer to the Río de la Plata, notably superior in numerical terms compared to those linked to other regions of America. The project of founding agricultural colonies in the national territory, with the consequent creation of ideal social models and the dream of quick economic returns for investors, occupies large pages of the newspaper. The objective of this work is to unveil that complex network of relationships that explains the appearance of this newspaper.

Keywords: illustrated newspapers, visual culture, XIX century, Argentine History.

Cuando en febrero de 1827 José Joaquín de Mora desembarcó en Buenos Aires para trabajar como periodista a cargo del diario oficial del presidente Bernardino Rivadavia, la Crónica política y literaria de Buenos Aires, lo hizo proveniente de Londres donde se había exiliado como tantos otros liberales españoles frente a la restauración del absolutismo borbónico, durante la década de 1820. En esa ciudad, José Joaquín de Mora –poeta, político y jurista- había dejado su marca como periodista, traductor y editor en varias publicaciones de la casa editorial de Rudolph Ackermann llamada “El Repositorio de las Artes”. Fundada en 1795 en la céntrica calle Strand de Londres, la empresa de Ackermann se especializaba en la edición y comercialización de grandes libros ilustrados con vistas de ciudades, paisajes y arquitecturas; periódicos y revistas ilustrados en inglés y en español; libros de lectura para mujeres y de educación básica para los jóvenes –los catecismos–; también de materiales artísticos para pintores –fueron famosos sus papeles y las pastillas de acuarelas de colores cuya calidad y variedad superaba a sus competidores-; en fin, una empresa editorial y tienda cuyo volumen, variedad, escala y alta calidad de sus productos la posicionaron como una de las más importantes de Londres de principios del siglo XIX. (Ford, 1983; Roldán Vera, 2003).

De la actividad de Mora en la editorial de Ackermann interesa destacar el trabajo como redactor y editor de un particular periódico, el Museo Universal de Ciencias y Artes, publicado entre 1824 y 1826. Este periódico reunió diez números, de entre 60 y 64 páginas cada uno, editados en dos volúmenes. De contenido diverso, el Museo Universal de Ciencias y Artes respondió a las características materiales, textuales y visuales comunes a las publicaciones periódicas ilustradas que comenzarían a circular por Europa y América por estos años y que, como bien señala Victor Godgel, resumían en sus páginas novedades científicas, literarias y artísticas que hicieron posible una globalización de la cultura sin precedentes (Godgel, 2013, p. 68; Roldán Vera, 2004).

A diferencia de otro de los periódicos publicados por Ackermann y que hemos analizado en otros trabajos, por ejemplo, Variedades o El Mensajero de Londres que se publicó entre 1823 y 1825, el Museo Universal de Ciencias y Artes que aquí nos ocupa pone mayor énfasis en las cuestiones tecnológicas, mecánicas y científicas que ocuparon las mentes ilustradas desde el siglo XVIII (Figura 1). Por vía de la circulación específica del formato periódico, de las nuevas tecnologías de impresión y de la transformación de las prácticas de lectura a fines de ese siglo (Lyons, 2012, cap. 9), estos conocimientos se difundieron por el mundo, garantizando una “ilustración a altas velocidades”, en concordancia con la exigencia de una nueva temporalidad acelerada, propia de la modernidad. (Godgel, 2013, p. 80).


Figura 1

Publicado trimestralmente en los meses de enero, abril, julio y octubre desde julio de 1824 a octubre de 1826, el Museo Universal de Ciencias y Artes señala en su portada la siguiente leyenda: “Publicado por R. Ackermann, Strand; y en su establecimiento en Mégico: asimismo en Colombia, Buenos Aires, Chile, Perú y Guatemala. Impreso por Carlos Wood; Poppin´s Court, Fleet Street.” Desde la misma portada queda evidenciado el gran interés que Ackermann había desarrollado hacia América Latina, cristalizado en 1824 cuando envió a su hijo George a abrir una sucursal del Strand en México y otra en Guatemala, con amplias ramificaciones comerciales en otros países de América Central y del Sur. La librería de George Ackermann estaba localizada en la calle de San Francisco, a tres cuadras del Zócalo. Se trataba de un establecimiento “mediano” según la taxonomía que Lilia Guiot de la Garza establece en su estudio sobre las librerías y los gabinetes de lectura en la México de la primera mitad del siglo XIX. Allí no solo se vendían los libros y periódicos que se publicaban en Londres, sino también los elementos relacionados con el dibujo y las artes que habían hecho famoso al Strand, tales como estampas, grabados y “un completo surtido de colores, pinceles, lápices, tintas, papel, entre otros” (Guiot de la Garza en Suárez de la Torre, 2003, p. 471). George Ackermann actuaría también como el principal agente de distribución de la firma de su padre en toda América Latina.

Sin embargo, el interés de Rudolph Ackermann no se centraría exclusivamente en la producción y comercialización de material impreso. El empresario pondría el ojo –y fuertes sumas de dinero- en compañías de explotación minera en Chile y Perú y especialmente en emprendimientos agrícolas en Argentina. Mediante la compra de acciones en la Bolsa de Londres, estos emprendimientos prometían risueños dividendos a los ambiciosos inversionistas ingleses que desconocían las características de estos negocios y, sobre todo, las particularidades del contexto americano. Como se verá, el Museo Universal de Ciencias y Artes estará estrechamente relacionado con estos otros intereses e inversiones de Rudoph Ackermann.

En sus más de 620 páginas, el periódico pone el acento principalmente en artículos sobre mecánica (siete artículos que suman alrededor de ochenta páginas), física y química (seis artículos que suman veintidós páginas), artes (cuatro artículos), educación (cuatro artículos) y economía política (tres artículos).

Una mención especial merece la sección titulada “Boletín de noticias y descubrimientos”: es la más repetida del periódico, con diez artículos que ocupan una extensión de casi 70 páginas. En esta sección se pasa revista a los inventos y avances tecnológicos y científicos de diferentes países centrales: Francia, Alemania, España, Italia, los Estados Unidos y, como no podía ser de otra manera, a la cabeza del listado de naciones en el apogeo de su expansión tecnológica, Inglaterra. Sorprende constatar que la única nación latinoamericana de la que hace mención esta sección es “Buenos Aires”. Sorprende, pero no tanto como se verá más adelante.

Otros artículos que aparecen en este periódico dan cuenta de los variados temas caros a la época: el desarrollo de los transportes, la construcción de puentes, el incremento del comercio, la importancia del higienismo, el desarrollo de mineralogía, la historia natural, etc. (Figura 2).


Figura 2

Más adelante, en 1826, se incorporó una nueva sección titulada “Bibliografía extranjera o examen de algunas obras importantes publicadas recientemente en Europa”. Dada la condición de hombre de letras de quien era el editor del periódico, recordemos, José Joaquín de Mora, esta sección amplió la cobertura de temas vinculados con las belles-lettres, parte central de la prensa periódica desde fines del siglo XVIII. (Lyons, 2012, p. 253). En esta sección, así como en la dedicada a “Educación”, con regular frecuencia aparecen nombrados los textos publicados por la editorial de Ackermann, principalmente sus Catecismos, algunos de los cuales también habían estado bajo el cuidado de Mora (Figura 3). Breves manuales de iniciación en diferentes disciplinas del saber, estos libros constaban de aproximadamente 150 páginas impecablemente impresas, con láminas y grabados de elaborada factura. Como método pedagógico, los catecismos utilizaban el sistema de preguntas y respuestas propio de los textos homónimos cristianos, pero vaciados de contenido religioso. Destinados a la enseñanza elemental, fueron leídos principalmente en los centros de enseñanza de América Latina donde se formaron los jóvenes líderes políticos del período pos independentista. Su precio era muy accesible: costaban tan sólo dos chelines y según Gregorio Weinberg, el formato “catecismo” como modelo pedagógico perduró hasta bien entrado el siglo XIX (Weinberg, 1995; Roldán Vera, 2001; Romano, 2010). Vale la pena detenerse en el comentario que el historiador argentino Ricardo Levene nos ofrece en su fundante libro de historia, publicado en 1947:

En el país las artes gráficas se hallaban aún en su cuna, de ahí que la mayor parte del acervo bibliográfico era introducido del exterior. A ese respecto corresponde retener el nombre de Rodolfo Ackermann, aquel modesto sillero sajón, que de la ventura del “Diario de Modas”, saltó al “Depósito de las Artes” en el Strand de Londres, y a quien como impresor, América hispánica e insurrecta, le reconoce el valor de una cultura traducida. Ackermann llenó de catecismos científicos las parvas librerías porteñas y también las de Chile y Méjico.1”

[Nota a pie de página]: 1-Cuando en nuestro país se haga algún día la historia del texto didáctico, Rodolfo Ackermann ocupará un lugar de primera fila. Desde su librería en Londres, y de Méjico, atendida por su hijo, difundió los libros franceses e ingleses traducidos al castellano -Mora y White fueron sus mejores intérpretes- como asimismo poseyó un vasto surtido de obras científicas. (Levene, 1947, pp. 423-24)


Figura 3

Tal como se dijo, los Catecismos de Ackermann aparecen frecuentemente reseñados en artículos largos, muchas veces de más de diez página, destacando reiteradamente que se vendían en el establecimiento que el editor tenía en México y en otros países de América hispánica.[1] En el cuarto número del Museo Universal de Ciencias y Artes de abril de 1825 no solo se reseñan cinco de estos catecismos, sino que además aparece anunciada, bajo el título de “Bellas Artes”, la realización en los talleres de Ackermann en Londres de una estampa alegórica llamada “Triunfo de la Independencia americana.” (Figura 4).

Cuando las Bellas Artes sirven de intérpretes a los sentimientos grandes y generosos, cuando perpetúan la memoria de los sucesos que contribuyen a la felicidad del género humano, dejan de ser un entretenimiento, un recreo, un adorno, y se convierten en órganos de la opinión pública, en poderosos auxiliares de la Historia, en estímulos a la virtud, y sólidas recompensas al verdadero mérito.


Figura 4

Este grabado se produce en el contexto marcado por la firma del “Tratado de amistad, comercio y navegación” de febrero de ese año, 1825, y luego por el reconocimiento de la independencia de Argentina, de Colombia y de México por parte de Gran Bretaña. Estos tratados no solo establecían una igualdad legal y política entre el estado británico y los países nombrados, sino que habilitaban la expansión de los intereses ingleses en nuestros territorios (Ferns, 1992; Gallo, 1994). El Museo Universal de Ciencias y Artes describe esta estampa alegórica de la siguiente manera:

La Estampa que anunciamos, y que acaba de darse a la luz, [1825] en esta Capital, es una representación ingeniosa de la transformación política de que han sido teatro las antiguas colonias españolas de América. El genio de la Independencia, en figura de una joven llena de hermosura y lozanía, aparece sentada en un carro triunfal, llevando en la mano el gorro Frigio, símbolo de la libertad Republicana. Seis fogosos caballos tiran del carro, simbolizando las seis nuevas Repúblicas de Mégico, Guatemala, Colombia, Buenos Aires, Perú, y Chile. La Prudencia y la Esperanza coronan al Genio, en tanto que la Templanza y la Justicia rigen los caballos. Las Artes y las Ciencias adornan este gran espectáculo, y el símbolo de la Eternidad y de la Unión termina, sostenido por el Comercio y la Abundancia. La parte Artística está perfectamente desempeñada. Las actitudes de los caballos son lindísimas.[2]

Significativamente en la estampa se mencionan las seis repúblicas donde Ackermann tenía más arraigada la circulación de sus impresos y no otras. En los acervos museísticos y repositorios documentales de esos países se encuentran ejemplares de esta estampa alegórica y, como dato complementario que demuestra su amplia difusión, fue elegido para ilustrar la tapa del importante libro de Ramón Mujica Pinilla, Visión y símbolos. Del virreinato criollo a la república peruana, publicado en Lima en 2006.

Como se ha visto hasta acá, el Museo Universal de Ciencias y Artes no fue solo un periódico para instruir y entretener. Puede leerse –y esta es la hipótesis de este trabajo- cómo, bajo el tutelaje de José Joaquín de Mora, el periódico actuó como una plataforma de propaganda de los emprendimientos de Rudolph Ackermann con una doble estrategia: por un lado, por medio de la recurrencia a citar, reseñar y promover, una y otra vez, sus propias producciones impresas (los catecismos, los libros, las láminas, etc); por otro lado, por medio de la promoción de los negocios extra literarios en los que se estaba involucrando Ackermann en ese momento, tales como las empresas de explotación minera o agrícolas en América.

Como es sabido, a comienzos del siglo XIX, Londres era el centro financiero más importante del mundo donde existía una amplia disponibilidad de capitales para invertir. La independencia de América Latina, al tiempo que incrementó el flujo comercial entre Gran Bretaña y el continente, despertó una fiebre especulativa en los inversionistas británicos quienes desconocían las particularidades geográficas, históricas y culturales de los países en los que invertían sus capitales, que acababan de salir maltrechos, desorganizados y empobrecidos de las guerras independentistas. Como sostiene la bibliografía, una parte importante de estas inversiones tomó forma de préstamos para los nuevos gobiernos. Otra parte se empleó en la constitución de sociedades anónimas dedicadas a diferentes actividades comerciales e industriales. Estos empréstitos e inversiones, en los que pequeños o grandes capitales se pusieron en juego, estuvieron acompañados por una nutrida propaganda en forma de artículos periodísticos, folletos y libros que circulaban en ambas márgenes del Atlántico. (Bagú, 1957; Ferns, 1979, caps. 4-6; Djenderedjian, 2008; Barsky, Gelman, 2009, cap. IV). En este rol propagandístico, Ackermann y el Museo Universal de Ciencias y Artes jugaron un papel destacado.

Mary Louise Pratt analiza los escritos de algunos de los viajeros que circularon por América desde fines del siglo XVIII con intenciones exploratorias, textos que propusieron no solo una “reinvención de América” en sus páginas, sino incluso una avanzada de “género” al sugerir que “esta oleada de viajeros-escritores incluyó muchas mujeres europeas, que figuran entre las primeras que fueron consideradas seriamente dentro de esta categoría.” (Pratt, 2011, p. 272). Muchos relatos de viajes, sostiene Pratt, bien conocidos en el período como el de Francis Bond Head, Rough notes of some Journeys across the Pampas and in the Andes (1826) o el de Joseph Andrew Journey from Buenos Ayres to Chili (1827), fueron escritos por los enviados de las asociaciones mineras británicas para investigar el derrotero o la fortuna de esas empresas. Pratt denomina a estos viajeros-escritores “la vanguardia capitalista” quienes no presentaron en sus textos una “contemplativa y estetizante retórica del descubrimiento”, como Von Humboldt lo había hecho años antes, sino una “retórica pragmática y economicista que no compartía ni el esteticismo ni la tolerancia de Humboldt y sus seguidores más refinados” (Pratt, 2011, pp. 275-277).

Contemporáneamente a estos libros y en la misma línea de análisis que propone Pratt, en 1827 John August Barber Beaumont escribe un texto titulado Viajes por Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental (1826-1827). En él describe el proyecto promovido por su padre mediante la “Río de la Plata Agricultural Association” (Asociación Agrícola del Rio de la Plata), una sociedad de bolsa que impulsaba la instalación de inmigrantes agrícolas en Argentina. John Thomas Barber Beaumont, el padre del escritor, era un oficial del ejército británico, de origen escocés, quien se destacó, sin embargo, como pintor de pintura histórica y miniaturas en la corte del rey Guillermo IV y sus obras figuran en la Royal Academy of Arts. Vemos aquí involucrarse en emprendimientos especulativos a personas que no necesariamente provenían del sector financiero o comercial. Tal como sostienen algunos especialistas en historia agrícola argentina, los empresarios privados eran aún más activos que los propios gobiernos en la implementación de estos proyectos que demandaban un enorme esfuerzo de organización y compromiso de recursos.

Beaumont padre había establecido contactos con Bernardino Rivadavia desde 1821, quien desde el inicio de su gestión como ministro del gobernador Martín Rodríguez, había advertido la importancia de la inmigración extranjera como factor de cambio económico para la provincia e incluso había promovido la creación de una comisión especial en 1824 destinada a facilitar la llegada de estos contingentes (Djenderejian, 2008, p.51-54). La firma Hullet Hermanos y Compañía, agentes comerciales del gobierno de Buenos Aires en Londres, sería la encargada de las gestiones frente a Beaumont.

El Museo Universal de Ciencias y Artes, como se dijo, estuvo directamente involucrado en estos procesos recién descriptos ya que desde sus páginas se promovió la empresa de Beaumont, en la que Ackermann estaba especialmente comprometido. El periódico ejerció una eficiente función propagandística al prestar sus páginas para la difusión de estos proyectos. Emprender la aventura en América suponía involucrar a otros y Ackermann no titubeó en utilizar sus recursos impresos para apoyar esta aventura.

En este sentido es importante volver para atrás en el análisis del periódico y detenerse en el “Prefacio” del primer número. Dice así:

El objeto que nos proponemos en este Periódico es la propagación de todos los conocimientos útiles y aplicables a la Agricultura, el Comercio, a las Artes productivas; en fin, a todos los ramos que pueden influir en la prosperidad de las naciones y de los particulares.

Procuramos complacer a los ignorantes, y a los sabios, dando a los unos conocimientos sencillos y elementales, que los pongan en estado de entender las teorías científicas, de que pueden hacer uso; comunicando a los otros los descubrimientos, las innovaciones, las mejoras que se hagan en las ciencias.

Lo hemos dicho en nuestro Prospecto, y lo repetimos ahora. Nuestro deseo es que estos trabajos merezcan hallar tan favorable acogida en el palacio del opulento, como en la cabaña del pobre.

Es particularmente interesante reparar en que, desde el “Prefacio”, hay una preocupación por dar cuenta de cuestiones vinculadas con la agricultura, la que se nombra en primerísimo lugar. Sin embargo, sorprende constatar que, numéricamente, los artículos referidos a este tema no son muchos: son solo cuatro, pero de nodal importancia. Evidentemente en el momento en que el periódico comenzó a aparecer, en julio de 1824, Ackermann ya había invertido cuantiosos capitales en los proyectos agrícolas del otro lado del Atlántico y el destino de esas empresas comenzaba a ser, cuanto menos, incierto.

El primero de esos cuatro artículos dedicados al tema agrícola se titula “Agricultura. De los medios de mejorar la condición de un país”.[3] Aparece publicado en el segundo número del periódico (octubre 1824) y es muy extenso: tiene doce páginas. Allí se desarrollan varias ideas que vinculan de una manera muy retórica a la agricultura con el concepto de civilización y, como no podía ser de otra manera, se aconseja leer el Catecismo de Agricultura correspondiente:

Cuando las circunstancias no permitan la erección de Cátedras de Agricultura, se puede suplir esta falta por medio de libros elementales, escritos con orden, claridad, sencillez, en que se pongan al alcance de los labradores las reglas más convenientes que deben seguir para aumentar sus ganancias. El método de preguntas y respuestas parece el más oportuno en esta clase de escritor, y es el que generalmente se usa en Inglaterra, en todos aquellos que tienen por objeto la enseñanza rudimental de las ciencias, y artes.*

(*El Sr. Ackermann ha dado a luz el Catecismo de Agricultura, en que se ha procurado presentar reunidos los preceptos más sensatos, fundados en los descubrimientos modernos, y en que se dan reglas sobre el cultivo de las plantas de los países calientes.[4]

El segundo artículo sobre estos temas agrícolas aparece en el número siguiente, el No. 3, en el que se aborda directamente la promoción de las “Colonias inglesas en la América del Sur” de los Beaumont.[5] Según sostiene el artículo, el primer contingente de colonos saldría desde los puertos de Glasgow y Liverpool en febrero de 1825, es decir, un mes después de publicado este artículo. En otro de los periódicos de Ackermann, Variedades o el Mensajero de Londres, editado bajo la batuta de Blanco White, también aparecerían notas descriptivas de este proyecto agrícola de Beaumont.[6]

Felicitamos a la República Argentina, por los excelentes resultados que necesariamente ha de producir esta medida. No basta que un Estado escaso de población la aumente: lo importante es que la población que adquiera contribuya a la prosperidad general con su industria y sus virtudes. Las prendas características del pueblo inglés son bastante conocidas. El Inglés es laborioso, económico, templado e inteligente; amigo de la independencia a que está acostumbrado en su país (…) ¡Ojalá imiten las otras Repúblicas Americanas del Sur el ejemplo de Buenos Aires![7]

El reconocimiento de la independencia argentina favoreció el optimismo respecto de los negocios en el Río de la Plata y unos 620 agricultores –según afirma Beaumont hijo en su libro- intentaron salir de la pobreza y desocupación en la que habían caído como consecuencia de la Revolución Industrial, respondiendo a la nutrida publicidad que circulaba sobre las colonias argentinas por entonces.

Unos números más adelante, en el No. 5 y en el No. 7, se vuelve a tratar el tema de estas colonias. En esta oportunidad, el artículo titulado “Población. Pormenores sobre las nuevas colonias de Buenos Aires, proyectadas por Mr. Barber Beaumont”, va acompañado por una lámina en la que se presenta un plano indiscutiblemente utópico de organización espacial, productiva y social (Figura 5).

La estampa que está al frente de este articulo ofrece el plan topográfico de uno de los pueblos en que se ha de dividir la Colonia. El círculo central es una vasta plaza pública, en medio de la cual están la Iglesia, la escuela, los talleres de los artesanos y otros establecimientos independientes de la labranza. Alrededor de esta plaza se ven las casas de los Colonos labradores, y en seguida los 50 acres que componen la hacienda de cada uno. El círculo exterior indica los límites del pueblo, el foso que los rodea, un camino circular que facilitará las comunicaciones. Este plan nos parece tan sencillo como ingenioso, en él se ha consultado la comodidad de todos los habitantes, la salubridad, la facilidad de las relaciones agrícolas, y la de las relaciones mutuas que necesariamente se han de establecer entre individuos cuyos intereses están ligados.[8]


Figura 5

La firma de Beaumont padre había adquirido varios campos en la provincia de Entre Ríos para la construcción de estas colonias, en el actual departamento de La Paz, a orillas del Paraná, y otras tierras en las cercanías del río Uruguay. Una colonia puritana “en las Pampas”, que siguiera el modelo de la norteamericana Nueva Inglaterra y que prometiera mantener “la cohesión, la moral y la eficiencia productiva de los colonos, asegurando a éstos una existencia más digna y productiva que la que llevaban en su país natal y cuyos últimos y mayores beneficiarios serían los accionistas de la Asociación”. (Bagú:1957, p. 19)

El artículo del Museo Universal describe:

El primer envío de colonos será dirigido a los establecimientos de la provincia de Entre Ríos, que empieza a pocas millas de la Villa de la Concepción, a 120 millas de la ciudad de Buenos Aires, y a 200 de la de Monte Video. Estos territorios ocupan una porción considerable de la parte más hermosa de la Provincia. Rodeanlos dos grandes brazos del Río de la Plata, a saber: el Uruguay y el Paraná que sirven de barrera a las excursiones de los indios. Por esos ríos pueden navegar, hasta los mismos establecimientos, buques de 150 toneladas. (…) [9]

En julio de 1825, parte del primer contingente de colonos había logrado instalarse, no sin dificultades, en la localidad de San Pedro, cerca de la ciudad de Rosario. Un nuevo plano para la capital de ese asentamiento aparece publicado, meses más tarde, en el último número de ese año, el No.7, de octubre de 1825 (Figura 6). A simple vista, es destacable la similitud con la traza de la ciudad de La Plata, construida muchos años después, en 1882, según proyecto supervisado por arquitecto Pedro Benoit (Figura 7). El texto que lo acompaña dice lo siguiente:

En el número precedente dimos el plan de las nuevas poblaciones inglesas del Río de la Plata. El que está al frente de este artículo representa la ciudad Capital que se edifica en este momento en la hacienda que es del Señor Barber Beaumont, cerca de San Pedro. El mismo plan ha de seguirse en la Capital de las tierras pertenecientes a la Asociación de Agricultura del Río de la Plata (…).


Figura 6

El optimismo por la fortuna y promisorio desarrollo que aparentemente tenía la empresa, inspira los párrafos siguientes:

(…) El Señor Barber Beaumont y la Compañía de Agricultura ha tenido la satisfacción de recibir las noticias más agradables de los cuatro buques que salieron de Inglaterra con colonos para sus respectivas propiedades. Ninguno de ellos se queja de su suerte: todos hablan con el mayor entusiasmo del trato que han recibido, y de las esperanzas que les presenta el porvenir. Muchos de ellos se emplean en reparar los antiguos edificios, y en construir nuevos. Y se les han enviado gran número de objetos que les serán de la mayor utilidad, como instrumentos de agricultura, molinos de harina, y de sierra, fraguas, y otros.

(…) Todas estas disposiciones nos parecen tan ingeniosas como sensatas, y superiores a todo elogio, el celo del Señor Beaumont, fundador de la compañía, principal autor de todos sus planes y promotor tan ilustrado como infatigable de la prosperidad de las nuevas Repúblicas Americanas.[10]


Figura 7

Sin embargo, cuando unos meses después, en julio de 1826, Beaumont hijo arribaba a Montevideo junto con un nuevo contingente de colonos, el Río de la Plata estaba sumido en una profunda crisis. El antiguo conflicto entre Portugal y España por la posesión de la Banda Oriental se había transformado en una guerra entre Brasil y la Argentina. El bloqueo del puerto de Buenos Aires y la amenaza de la reclusión de los migrantes para integrar el ejército y la marina rioplatenses, azuzaron la debacle. Según las fuentes, 150 de los 200 colonos que integraban esta segunda oleada, regresaron a Inglaterra de inmediato.

En Buenos Aires, Beaumont encontró aún más inconvenientes. La colonia de Entre Ríos había sido saqueada en varias oportunidades, el gobierno bonaerense había incumplido con la promesa de apoyo pecuniario para el pago de los pasajes y la provisión de alojamiento y la unidad de las colonias se había visto desbaratada frente al atractivo de los centros urbanos que prometían mejores salarios a los colonos (Bagú, 1957, p. 20-23) El libro de Beaumont hijo, escrito bajo este estado de cosas, no es sino la crónica de un fracaso. La Asociación Agrícola del Rio de la Plata en la que Ackermann había centrado sus esfuerzos editoriales y pecuniarios, declararía pronto su bancarrota.

Coda

Cuando en febrero de 1827 José Joaquín de Mora desembarcó en Buenos Aires para trabajar como periodista a cargo del diario oficial del presidente Bernardino Rivadavia, dejaba atrás un intenso trabajo junto a Rudolph Ackermann. Desde las páginas que a él le cupo supervisar, actuó no solo como editor, sino también como el más fiel vocero de los emprendimientos extra textuales del emprendedor inglés.

Intercalados en las páginas que reseñan los usos del vapor para activar diversas máquinas, desde bombas de agua, navíos o molinos; articulados con las notas que dan cuenta de los aparatos para tostar café, extraer veneno o destilar aguardiente; mezclados entre los artículos que promueven el uso de las escaleras mecánicas o que proponen recetas para betunes o barnices; conviviendo con esta miscelánea técnica, mecánica y científica, afloran los textos y las imágenes que, desde la calle Strand de Londres, Rudolph Ackermann propuso para construir una de las tantas representaciones utópicas del progreso en América Latina.

Referencias bibliográficas

Barsky, O.; Gelman, J., (2009). Historia del agro argentino. Desde la conquista hasta comienzos del siglo XXI. Sudamericana.

Beaumont, J.A.B. (prólogo de Bagú, S.). (1957). Viajes por Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental (1826-1827). Hachette.

Djenderedjian, J. (2008). Gringos en las pampas. Inmigrantes y colonos en el campo argentino. Sudamericana.

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Notas

[1] Catecismo de Agricultura, No. 2, p, 103 y No.3, pp. 168-171; Catecismo de Industria rural y doméstica, No. 3, pp.171-172; Catecismo de Moral, Catecismo de Química, Catecismo de Agricultura, Catecismo de Industria Rural y Económica, Catecismo de Historia Antigua, Romana y Griega, No. 4, pp. 216-219; Catecismo de Historia Moderna desde Carlo Magno hasta Carlos V, No. 8 (1826), pp. 90-92; Manual de Medicina doméstica o traducción de recetas útiles No.9, pp. 156; Catecismo de Economía Política, No. 10, pp. 217-226. Reparar la extensión de diez páginas para exaltar la utilidad de un solo libro de Ackermann
[2] Ambas citas en el Museo Universal de Artes y Ciencias, No.4, abril 1825, p.220. [3] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 2, octubre 1824, pp. 96-107. [4] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 2, octubre 1824, pp. 103. [5] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 3, enero 1825, pp. 183-184. [6] Variedades o el Mensajero de Londres, No, VII, abril de 1825. [7] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 3, enero 1825, p.184 [8] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 5, julio 1825, p. 262. [9] Ibidem, p. 257.
[3] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 2, octubre 1824, pp. 96-107.
[4] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 2, octubre 1824, pp. 103.
[5] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 3, enero 1825, pp. 183-184.
[6] Variedades o el Mensajero de Londres, No, VII, abril de 1825.
[7] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 3, enero 1825, p.184
[8] Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 5, julio 1825, p. 262.
[9] Ibidem, p. 257.
[10] Ambas citas en Museo Universal de Ciencias y Artes, No. 7, enero 1826, pp. 2-4.
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